Testigos de la Eucaristía en el corazón del mundo
Fuente: Estatuto del Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales
Autor: S.E. Mons. Pierre-André Fournier
La Eucaristía, Presencia y Don de Cristo al mundo, estará en el centro de la gran asamblea de cristianos venidos de todos los continentes a la ciudad de Québec, para el 49° Congreso Eucarístico Internacional, que se celebrará del 15 al 22 de junio de 2008.
Este tema se encuentra desarrollado en un Documento teológico de base, aprobado por el Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales.
Durante el Congreso, meditaremos cada una de las homilías y las catequesis inspiradas de este texto, que nos ayudarán en la preparación espiritual y animarán a la oración para que podamos unirnos espiritualmente a la celebración del Congreso.
VI.- Testigos de la Eucaristía en el corazón del mundo
A. Llamado universal a la santidad
«Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva».39 Las vocaciones al amor son tan diversas como hay personas. La gracia bautismal les confiere la forma de amor de Jesucristo que es nutrido por el misterio eucarístico y perfeccionado hasta el testimonio de la santidad. Cualquiera que sea el estado de vida, célibe, casado o consagrado, en el que las mujeres y los hombres se encuentren comprometidos, todos están llamados a la perfección del amor que Cristo hace posible por la gracia de la redención.
En la unidad de la vida cristiana, las diferentes vocaciones son como los rayos de la única luz que es Cristo «resplandeciente en el rostro de la Iglesia». Los laicos en virtud del carácter secular de su vocación, reflejan el misterio de la encarnación del Verbo, sobre todo en lo que Él es como Alfa y Omega del mundo, fundamento y medida de todas las realidades creadas. Los ministros sagrados,por su parte, son imagen viviente de Cristo, jefe y pastor, que guía a su pueblo en el tiempo «del ya pero aún no», en espera de su venida en la gloria. La vida consagrada tiene el deber de mostrar al Hijo de Dios hecho hombre como el término escatológico hacia quien todo tiende, el esplendor que hace palidecer cualquier otra luz, la belleza infinita, única que puede llenar el corazón humano.
B. La familia, Iglesia doméstica, para una civilización del amor
«La Eucaristía es la fuente misma del matrimonio cristiano. En efecto, el sacrificio eucarístico representa la alianza de amor de Cristo con la Iglesia, en cuanto sellada con la Sangre de la cruz. Y en este sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza los cónyuges cristianos encuentran la raíz de la que brota, que configura interiormente y vivifica desde dentro, su alianza conyugal. En cuanto representación del sacrificio de amor de Cristo por su Iglesia, la Eucaristía es manantial de caridad. Y en el don eucarístico de la caridad, la familia cristiana halla el fundamento y el alma de su “comunión” y de su “misión”, ya que el Pan eucarístico hace de los diversos miembros de la comunidad familiar un único cuerpo, revelación y participación de la más amplia unidad de la Iglesia; además, la participación en el Cuerpo “entregado” y en la sangre “derramada” de Cristo se hace fuente inagotable del dinamismo misionero y apostólico de la familia cristiana».40 La misión específica de la familia es encarnar el amor y ponerlo al servicio de la sociedad. Amor conyugal, amor maternal y paternal, amor fraterno, amor de una comunidad de personas y de generaciones, amor vivido en el signo de la fidelidad y de la fecundidad de la pareja para una civilización del amor y de la vida. Para que este testimonio alcance concretamente la vida de la sociedad, la Iglesia llama a la familia a frecuentar asiduamente la misa dominical. Ya que es bebiendo de esta fuente de amor como la familia protegerá su propia estabilidad. Aún más, fortaleciendo así su conciencia de ser Iglesia doméstica, participará más activamente en el testimonio de fe y de amor que la Iglesia encarna dentro de la sociedad.
Este testimonio de Iglesia doméstica está marcado en nuestro tiempo por el signo de la cruz, por ejemplo cuando uno de los esposos es infiel a su compromiso o cuando uno o varios de los hijos abandonan la fe y los valores cristianos que los padres se esforzaron por trasmitirles, o bien cuando las familias se dividen y se reconstruyen después de un divorcio y de un nuevo matrimonio. Por medio de estas experiencias dolorosas, Cristo llama al esposo abandonado, a los hijos heridos, a los padres lastimados a participar de una forma especial en su propia experiencia de muerte y resurrección. Las situaciones difíciles y complejas de las familias de hoy en día, invitan a los pastores a tener mucha «caridad pastoral» para poder acogerlas a todas y a animar a aquellas que viven en situaciones irregulares a participar en la Eucaristía y en la vida de la comunidad, incluso si no pueden recibir la Sagrada Comunión.
C. La vida consagrada, prenda de esperanza del Esposo
«Por su naturaleza, la Eucaristía ocupa el centro de la vida consagrada, personal y comunitaria. Ella es viático cotidiano y fuente de la espiritualidad de cada Instituto. En ella, cada consagrado está llamado a vivir el misterio pascual de Cristo, uniéndose a Él en el ofrecimiento de la propia vida al Padre mediante el Espíritu. La asidua y prolongada adoración de la Eucaristía permite revivir la experiencia de Pedro en la Transfiguración: «Bueno es estarnos aquí» (Mc 9,5; Mt 17,4; Lc 9,33). En la celebración del misterio del Cuerpo y Sangre del Señor se afianza e incrementa la unidad y la caridad de quienes han consagrado su existencia a Dios».41
«“¿Qué sería del mundo si no fuese por los religiosos?” Más allá de las valoraciones superficiales de funcionalidad, la vida consagrada es importante precisamente por su sobreabundancia de gratuidad y de amor, tanto más en un mundo que corre el riesgo de verse asfixiado en la confusión de lo efímero. “Sin este signo concreto, la caridad que anima a la Iglesia correría el riesgo de enfriarse, la paradoja salvífica del Evangelio de perder en penetración, la ‘sal’ de la fe de disolverse en un mundo de secularización”. La vida de la Iglesia y la sociedad misma tienen necesidad de personas capaces de entregarse totalmente a Dios y a los otros por amor de Dios».42
«Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad (…) nada soy. (…) La caridad no acaba nunca. (…) Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad» (1 Cor 13,1.2.8.13). Santa Teresita del Niño Jesús, desde lo íntimo de su carmelo, descubrió su vocación leyendo las palabras del apóstol sobre la excelencia de la caridad. «Mi vocación es el amor», exclama, «En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré amor y así yo seré todo».
Atrapada por el amor misericordioso de Dios Padre, aprovecha cada instante de su vida para abrazar a Jesús, su Todo, y para testimoniarlo mediante la contemplación y el servicio. Orando por los criminales, caminando por los misioneros, sosteniendo a los sacerdotes por la penitencia, formando a sus novicias en la perfección del amor, Teresita es reconocida como la perfecta y moderna imagen de la vida consagrada: maestra del camino de la infancia espiritual, patrona universal de las misiones, doctora de la Iglesia. «No me arrepiento de haberme entregado al amor», decía al final de su vida.
El sínodo sobre la Eucaristía, en Octubre de 2005, habla de esta manera a las personas consagradas: «Vuestro testimonio eucarístico de seguimiento de Cristo es un grito de amor en la noche del mundo, un eco del Stabat Mater y del Magnificat. Que la Mujer eucarística por excelencia, coronada de estrellas e inmensamente fecunda, la Virgen de la Asunción y de la Inmaculada Concepción, os mantenga en el servicio de Dios y de los pobres, en la alegría de Pascua, para la esperanza del mundo».