Ningún profeta es acogido en su tierra
Reflexión
En este evangelio Jesús achaca a los fariseos que no han sabido captar los signos de los tiempos. La viuda, y en general, los favorecidos por los milagros de Elías y de Eliseo, sí supieron reconocer la actuación de Dios. Una vez más, en labios de Jesús, la salvación se anuncia como universal, y son precisamente unos no-judíos los que saben reaccionar bien y convertirse a Dios, mientras que el pueblo elegido le hace oídos sordos.
No les gustó nada a sus oyentes lo que les dijo Jesús. Tanto así que le empujaron fuera de la ciudad con la intención de despeñarlo por el barranco. La primera homilía en su pueblo, que había empezado con admiración y aplausos, acaba casi en tragedia. Ya se vislumbra el final del camino: la muerte en la cruz.
De manera que hoy también se nos recuerda que va siendo urgente que hagamos caso de las insistentes llamadas de Dios a la conversión, que conlleva el cambio de nuestra vida de pecado al cambio de la vida de la gracia. ¿Podríamos decir que se está notando este cambio en nosotros? ¿O también Jesús podría quejarse de nosotros acusándonos de no responder con generosidad a la llamada a la conversión?