La Iglesia venera a Santa Mónica, santa esposa y viuda, no sólo por darle vida corporal a uno de los más importantes doctores de la Iglesia, San Agustín, sino también porque fue el principal instrumento del que Dios se valió para darle a éste el don de la Fe.
Agustín tenía 17 años y estudiaba retórica. Dos años más tarde, Mónica tuvo la pena de saber que su hijo llevaba una vida disoluta y había abrazado la herejía maniquea. Por esta razón y como manera de motivarlo al arrepentimiento, Mónica le cerró las puertas de su casa durante algún tiempo. Una visión hizo a la santa tratar menos severamente a Agustín. Soñó que se hallaba en el bosque, llorando la caída de Agustín, cuando se le acercó un personaje resplandeciente que le preguntó la causa de su pena. Este, después de escucharla y secarle las lágrimas, le dijo: "Tu hijo está contigo". Cuando Mónica contó a Agustín el sueño, el joven respondió que Mónica no tenía más que renunciar al cristianismo para estar con él; pero la santa respondió: "No se me dijo que yo estaba contigo, sino que tú estabas conmigo".
El gran obispo San Ambrosio, quien se había hecho muy amigo de Agustín y su madre, tuvo también un papel muy importante en la conversión del futuro santo. Finalmente, en agosto del año 386, Agustín anunció su completa conversión al catolicismo. El santo ha dejado en sus "Confesiones" algunas de las conversaciones espirituales y filosóficas en que pasó el tiempo de preparación para el bautismo. San Ambrosio bautizó a Agustín en la Pascua del año 387.
Los fieles se encomiendan, desde hace muchos siglos, a las oraciones de Santa Mónica, ya que ésta es patrona de las mujeres casadas y modelo de las madres cristianas.