¡Oh bendita cruz que Tú, Señor, me diste!
Con ella sobre mis hombros,
camino los días de mi destierro
por la vía dolorosa de mi larga pasión.
Y con mi cabeza sobre ella duermo
las negras noches de la soledad de mi dolor.
¡Oh cruz, inseparable compañera
de los dulces años de mi padecer por mi Dios!
Primero te sufrí con paciencia.
Después te llevé con gusto.
Hoy te abrazo ya con amor...
¡Oh cruz hermana!
Tanto te hundiste y te clavaste en mi cuerpo
que me has llegado ya a lo más hondo del alma...
¿Es posible que algún día te separes de mí...?
Y cuando tú me dejes, ¡oh cruz tan mía!,
¿podré yo vivir sin ti...?
¡Gracias, Señor!
Porque me has dado la cruz.
Y la cruz que me has dado
está ya sobre mis hombros.
Y yo quiero seguirte bajo su peso,
para ser digno de Ti.
Presto está el espíritu;
mas la carne es flaca.
Pero yo sé, Señor, que todo es posible para el que cree.
Y yo confío en que Tú no me negarás
las fuerzas que necesito
para no desfallecer en tu seguimiento...