Evangelio según San Mateo 8,18-22.
Al verse rodeado de tanta gente, Jesús mandó a sus discípulos que cruzaran a la otra orilla.
Entonces se aproximó un escriba y le dijo: "Maestro, te seguiré adonde vayas".
Jesús le respondió: "Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza".
Otro de sus discípulos le dijo: "Señor, permíteme que vaya antes a enterrar a mi padre".
Pero Jesús le respondió: "Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos".
Comentario del Evangelio por
San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), obispo y doctor de la Iglesia
8º Discurso para la novena de Navidad «El Hijo del hombre no tiene donde reposar su cabeza» Dios es Él mismo su riqueza, porque Él es el bien infinito... Este Dios siendo rico se hizo pobre haciéndose hombre, con el fin de enriquecernos a nosotros, miserables pecadores. Esto es lo que dice expresamente el apóstol Pablo: «Jesús se hizo pobre, siendo rico, con el fin de enriquecernos con su pobreza» (2 Co 8,9) ¿Cómo? ¡Un Dios... llega al extremo de hacerse pobre! ¿Con qué intención? Difícil de comprender.
Los bienes de la tierra no pueden ser más que tierra y fango; pero este fango ciega totalmente a los hombres para que no vean los bienes verdaderos. Antes de la venida de Jesucristo, el mundo estaba totalmente en tinieblas, porque estaban llenos de pecados: "Toda carne ha pervertido su conducta" (Gn 6,12). Es decir: todos los hombres habían oscurecido en ellos la Ley natural grabada en su interior por Dios; vivían como bestias, únicamente preocupados en buscar placeres y bienes de aquí abajo, ignorando totalmente la existencia de bienes eternales. Es por efecto de la divina misericordia que el Hijo de Dios vino Él mismo a disipar estas profundas tinieblas: "Sobre aquellos que habitaban en tinieblas y sombras de muerte, la luz ha resplandecido"(Is 9,1).
Más este divino Maestro, ha tenido que instruirnos, no solo por la palabra, sino mucho más y sobre todo, por los ejemplos de su vida. «La pobreza, dijo San Bernardo, es ausencia de cielo; sólo se puede encontrar en la tierra. Maldito el hombre que no conocía el premio, y, por lo tanto, no lo había buscado. Para volverse precioso a nuestros ojos y digno de todos nuestros deseos, ¿qué hizo el Hijo de Dios? Descendió del cielo a la tierra y la ha escogido por compañera para toda su vida.»