paco
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| Tema: Santo Evangelio, 09 de agsto... 8/9/2011, 13:39 | |
| Evangelio según San Mateo 18,1-5.10.12.14. En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: "¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?". Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo. Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial. ¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.
Comentario del Evangelio por San Isaac el Siríaco (siglo 7º), monje en Nínive, cerca de Mosul en el actual Irak Discursos ascéticos, 1ª serie, nº 2 La oveja perdida Señor Jesucristo, Dios nuestro, yo tengo un corazón que te busca con inquietud, ni arrepentido, ni lleno de ternura por ti, ni nada de eso que hace volver a los hijos a su heredad. Maestro, yo no tengo lágrimas para orarte. Mi espíritu está en tinieblas a causa de las cosas de esta vida y, en su dolor, no tiene la fuerza necesaria para tender hacia ti. Mi corazón está frío en las pruebas, y las lágrimas de amor por ti no pueden calentarlo. Pero tú, Señor Jesucristo, mi Dios, tesoro de todos los bienes, dame un arrepentimiento total y un corazón apenado, para que, con toda mi alma salga en tu búsqueda, porque sin ti estaré privado de todo bien; oh, Dios bueno, dame tu gracia. Que el Padre que, fuera del tiempo, en la eternidad, te engendra en su seno, renueve en mí las formas de tu imagen.
Yo te he abandonado; tú no me abandones. Yo he marchado de ti; sal tú a buscarme. Condúceme hasta tu pradera; cuéntame entre las ovejas de tu rebaño preferido. Con ellas aliméntame con la hierba verde de tus misterios divinos que moran en el corazón puro, este corazón que lleva en sí mismo el esplendor de tus revelaciones, la consolación y la dulzura de los que se han esforzado por ti en los tormentos y ultrajes. Que nosotros podamos ser dignos de un tal esplendor, por tu gracia y amor hacia el hombre, tú, nuestro Salvador Jesucristo, por los siglos de los siglos. Amén
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