Monna
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| Tema: "La sal de la tierra".- Prólogo 6/11/2007, 23:40 | |
| "LA SAL DE LA TIERRA"
PROLOGO
Roma en invierno. En la plaza de San Pedro la gente llevaba abrigo y sujetaba el paraguas con fuerza. En los cafés tomaban té, y cuando fuí al camposanto a visitar una tumba, hasta los gatos protestaban.
El Cardenal, como de costumbre, todavía tenía que trabajar el sábado en su oficina y, cuando él terminara, pensábamos acercarnos a Frascati, a Villa Cavalletti, un antiguo colegio de Jesuitas. El chófer esperaba junto a un Mercedes que la Congregación para la Doctrina de la Fe habia comprado de segunda mano, hace años, en Alemania. Yo estaba allí con una enorme cartera, como si fuera a hacer un viaje alrededor del mundo. Por fin se abrió la puerta y por allí salió un hombre de pelo muy canoso dando pasitos cortos, con aspecto resuelto al tiempo que fácilmente vulnerable. Iba vestido de traje negro con alzacuellos y en la mano tenía una pequeña y modesta cartera negra.
Yo había dejado de pertenecer a la Iglesia hacía tiempo; tuve motivos sobrados para hacerlo. Antes, nada más entrar en la casa de Dios, uno se sentaba allí y enseguida se sentía torpedeado por minúsculas partículas cargadas de una fe de siglos. Pero ahora, en cambio, todo se ha hecho cuestionable y la Tradición, durante tanto tiempo vigente, queda cada vez más lejana. Hay quienes opinan que la religión tendría que adaptarse a las necesidades del hombre, pero también hay otros que piensan que el cristianismo está pasado de moda; el cristianismo no va ya con nuestro tiempo; su legitimidad ha caducado. Desertar de la Iglesia no es cosa fácil, pero volver a ella todavía mucho menos. Porque ¿existe Dios realmente? Y en caso afirmativo ¿necesitamos también a la Iglesia? ¿Cómo tendría que ser, en realidad, la Iglesia y cómo podríamos volver a confiar en ella?
El cardenal no me preguntó nada sobre mi pasado, ni tampoco mi situación actual. No le interesó saber por anticipado las preguntas, ni tampoco pidió que se suprimiera o se introdujera alguna cosa. El clima de nuestra conversación fue intenso y serio, pero a veces este "príncipe de la Iglesia" se sentaba en la silla, con tanta despreocupación, un pie apoyado en el travesaño, que le parecía a uno estar hablando con un estudiante. En una ocasión interrumpió la conversación para recogerse en meditación o, tal vez, para pedir al Espíritu Santo la respuesta más adecuada. No lo sé.
El Cardenal Joseph Ratzinger está considerado, sobre todo en su propio país, un hombre de Iglesia muy combativo y también discutido. Muchos de sus anteriores análisis y valoraciones se ven actualmente confirmados, algunos incluso hasta el menor detalle. Y nadie conoce las defecciones y el drama de la Iglesia de nuestro tiempo con mayor dolor que este hombre discreto, de origen sencillo y procedente de la rústica Baviera.
En una ocasión le pregunté cuántos caminos puede haber para llegar a Dios. Yo ignoraba cuál podría ser su respuesta. Podía contestar que pocos o muchos. El Cardenal no necesitó mucho tiempo para responderme: "tantos como hombres".
Peter Seewald | |
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