Les comparto esta curiosa historia.
Un día, pasando por un anticuario, el ciudadano elegante se detuvo ante un espejo.
Éste se encontraba lejos de la entrada principal de la tienda, casi escondido, diríamos. Y cual no fue la sorpresa al ver en el espejo no a sí mismo, sino a un hombre destruido, con la cara completamente arrugada y usando harapos.
Levemente asustado, pero por supuesto un hombre de mucha cultura, empezó a moverse y se dio cuenta que el anciano del espejo también se movía. Intrigado, le preguntó al dueño de que se trataba el espejo.
El viejo hombre se rió y dijo que era un espejo común y corriente, pero había una leyenda: que aquellos que no vivían lo que realmente eran, al ponerse enfrente del espejo se verían como realmente son.
El hombre elegante agradeció y se fue. Pasados unos días, decidió nuevamente ir al mismo anticuario. Compró algo, un objeto cualquiera, pero su objetivo era verse nuevamente en el espejo y ahí estaba el mismo anciano...
Entonces, el hombre elegante empezó a cambiar. Su cultura, la empezó a distribuir gratuitamente a escuelas de personas de bajos recursos. Redujo la cantidad de cosas de su casa y empezó a vivir de forma muy sencilla.
Elegancia no es dinero, es parte del ser, así que a pesar de la sencillez, todavía vivía de forma muy sencilla.
Un año después de la primera visita al anticuario, decidió de nuevo ir a verse en el espejo y, sí, ahí estaba él mismo, sin cambios, reflejado en el espejo. Pero, nunca volvió a ser la misma persona de antes. Después de todo, ahora sí sabía qué realmente era.
Cuanto más vacío está un corazón, tanto más pesa.
Un abrazo