La estancia en el desierto es el tiempo en que más plenamente se manifiesta la protección divina, la parte privilegiada de la historia en que la inagotable ternura de Yahvé acude sin cesar a remediar la aflicción de Israel. Juan alude a esta protección divina cuando escribe el versiculo citado.
Los Salmos recogerán la imagen e insistirán en su significado espiritual:
Guárdame como a las niñas de tus ojos,
ampárame bajo la sombra de tus alas.
Sal 17,8
¡Piedad para mi, oh Dios, piedad para mi!
En ti busca amparo mi alma;
me cobijo a la sombra de tus alas
hasta que pase la tribulación.
Sal 57,2.
Ver también sal. 61,4-5; sal. 91, 2-4 ...
El clima en que encontramos estas imágenes está formado por dos constantes: de un lado, siempre presión, guerras que amenazan, dificultades que asaltan al fiel; del otro, la eficaz protección de Dios. El fiel que se refugia bajo la sombra de las alas divinas, se halla a la vez amenazado por los enemigos, perseguido por los malvados, de una parte, y protegido por Dios, defendido por la fuerza todopoderosa de su amor.
Al presentarnos a la mujer en el desierto, Juan considera la condición peregrinante de la Iglesia; en su marcha hacia la Tierra Prometida, la Iglesia se halla bajo la protección divina; las alas de la Gran Aguila que le son dadas, expresan la prontitud y eficacia de esa ayuda. Cuando Juan redactaba el Apocalipsis, María ya había terminado su Exodo, había entrado en la gloria celeste. El evangelista que, a la muerte de Jesús, la había recibido en su casa, no podía ignorarlo. Y si hay un misterio en que él debía pensar, es el que nosotros llamamos hoy ASUNCION.
La protección de que Dios la había rodeado siempre, era el signo de la asistencia con que Dios no cesa de proteger a su Iglesia. En términos teológicos, esta protección se llama ausencia de todo pecado: Dios protege a la Iglesia guardándola en la santidad. "Santa e inmaculada en su presencia, en el amor" (Ef.1,4) María es así el arquetipo de la Iglesia "gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semajante, sino santa e inmaculada"
(Ef. 5,27-28 )
La Imaculada prefigura así a la Iglesia inmaculada. María prefigura a la Iglesia; el lugar preparado para la Iglesia en el desierto evoca la morada eterna que ella ocupa en la mañana de su Asunción.
Subiendo junto a su Padre, el Hijo preparaba un lugar a los discípulos que forman la segunda posteridad de María... Sin esperar el día de la Resurrección general, su madre comparte su destino. Al mismo tiempo prefigura lo que estaba normalmente reservado para el fin del mundo, cuando la Iglesia peregrinante será asumida en la gloria de la Jerusalén nueva.
María marcha a la cabeza de la Iglesia que se encamina hacia el Reino; en ella, la Iglesia del Desierto, que lucha todavía con el Dragón, ha alcanzado ya las orillas de la Eternidad; en ella contempla ya, en la gloria y en la paz, el rostro eterno de Dios. ... Su condición gloriosa junto a Cristo resucitado anuncia el misterio de sus hijos, que deben un día unirse a ella junto a Jesús.
(De un texto de Lucien Deiss).
Monna
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