La muerte, ¿frontera o término definitivo?
Fuente:
Autor: Fernando Pascual
La muerte siempre ha estado de moda. Asalta y llena un buen espacio de los periódicos, de los noticieros de televisión, de las conversaciones de millones de personas.
La muerte, sin embargo, es y permanece un misterio. Un misterio quizá más grande para los que nos quedamos a este lado de la orilla que para los que parten. Los que pasan ese umbral “resuelven”, en cierto sentido, el sentido de este momento, pero no nos dicen nada a los que lloramos su partida.
La muerte es tema de actualidad por las discusiones que suscita la eutanasia. A todos nos gustaría morir en paz. A todos nos gustaría morir sin dolor. Pero a veces ese “momento” que cortará todos los lazos con la vida se presenta bajo el ropaje de una enfermedad larga, cruel, llena de amargura y no pocas veces de soledad.
Morir es un misterio. Pero, como decía un conocido sacerdote periodista, Martín Descalzo, “morir sólo es morir: morir se acaba”. El abrazo de la muerte no puede dejar tranquilos a quienes entran en el “inicio del fin”. El enfermo “terminal” se acerca, en medio de un gran dolor y, muchas veces, de una gran soledad, hacia ese abrazo. Su inquietud es la nuestra, su dolor es también nuestro.
Ante el proceso dramático de la propia destrucción, no puede caber una defensa de la eutanasia, como tampoco es justo querer absorber toda la atención y todos los tratamientos médicos en una lucha sin sentido, cuando lo más correcto debería ser una humilde y sencilla rendición.
Todos los días avanzamos hacia el encuentro de la muerte. Cada hora de desgaste es un pequeño zarpazo del final. Sólo queda, frente a la conclusión inevitable, aprovechar bien el presente, vivir con intensidad y con amor cada momento de nuestra vida. Larga o corta, siempre resulta una nueva ocasión para renovar afectos o para pedir perdones.
Anticipar la propia muerte o la de otros con una compasión falsa e hipócrita que tiene mucho de cobardía y de egoísmo no será nunca una solución ante el misterio de las agonías prolongadas. En ellas sólo cabe, de nuevo, tomar decisiones en favor de lo que cuenta: el amor. Y mientras pueda durar un poco la lucha del enfermo, el amor suyo y el de sus familiares y amigos debe mantener encendida una vela, pobre y dolorosa, pero con su llama palpitante, que iluminará algún rincón de nuestra tierra ennegrecida.