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 Dios está donde le dejan

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MariCruz
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MensajeTema: Dios está donde le dejan   Dios está donde le dejan Empty11/4/2007, 08:30

DIOS ESTÁ DONDE LE DEJAN

Fr.Eusebio Gómez Navarro O.C.D

Un día, el Rabí Mendel preguntó a unos visitantes: “¿Dónde habita Dios?”. Se burlaron de él: “¿Qué te pasa? ¿No está lleno el mundo de su magnificencia?”. El Rabí respondió: “Dios está donde le dejan entrar”.


Dios está en nuestro mundo, en cada rincón y en cada esquina, en todas partes; pero está, sobre todo, en nosotros, si es que le dejamos entrar. “Es aquí, en el sitio donde nos encontramos, donde se trata de hacer brillar la luz de la vida divina escondida” (M. Buber). Pablo invita a vivir como “hijos de la luz” (Ef 5,8-9). Y donde la luz tiene sus efectos todo es bondad, santidad y verdad.


Dios está siempre presente. El Dios de la Biblia es un Dios cercano, próximo (Sal 118; 150). Dios, que ha creado al ser humano, no lo abandona (Gn 17; Ex 3,12). Su presencia va acompañada de signos: en un viento suave (Gn 3, Cool, en la tormenta, en el fuego, en el viento (Ex 20,18)...


Al llegar la plenitud de los tiempos Dios se hace presente en su Hijo Jesús, Dios-Hombre. “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos últimos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo” (Hb 1,1-2). Nunca Dios había estado tan presente (Lc 1,28-35). El mismo Jesús promete estar siempre con nosotros (Mt 28,20).


Es vital reconocer que Dios está presente, que su amor lo penetra y lo envuelve todo. San Juan de la Cruz pone en boca de Cristo esta sentencia: “¡Desdichado de aquel que de mi amor ha hecho ausencia y no quiere gozar de mi presencia!”. En efecto, no hay mayor desdicha que ausentarse de Dios y huir de su presencia. No hay mayor gozo que creer en él y disfrutar de su divina presencia.


Todas las noches, en la soledad y en silencio, Leonidas, padre de Orígenes, oraba ante su hijo, porque sabía que allí estaba Dios. Dios está presente en cualquier ser humano. Lo sienten cercano y amigo todos aquellos que creen en él. Por medio de su Espíritu nos ofrece sus dones: amor, paz, gozo, amabilidad, bondad, paciencia, fidelidad, equilibrio, dominio propio (Gá 5,22)... Sólo hace falta creer en él y dejarle libertad para darnos un “corazón de hijo” rescatado del pecado por la sangre de Jesús (Gá 3,26).


Creer en la presencia de Dios ayuda a orientar la vida, a sobrellevar los golpes duros, a vivir, como Jesús, unidos al Padre y volcados hacia el prójimo. Vivir en su presencia estimula el amor, la fuerza y el entusiasmo en cada momento.


Cuando el ser humano descubre a Dios, una nueva vida empieza a nacer. Así le pasó a P. Claudel. En la Navidad de 1886, “no teniendo nada que hacer”, asiste a las Vísperas cantadas en Notre Dame de París, esperando que las ceremonias religiosas le han de brindar inspiración poética. De improviso le sobrecoge la conciencia de Dios como una gran realidad personal, como “Alguien”, y desde ese momento toda su mentalidad y su vida cambian por completo.


Dios está presente, nos llama por nuestro nombre, nos ama. Sus ojos amorosos lo ven todo y están fijos siempre en sus criaturas. Nos ve donde quiera que estemos. No se puede huir de su presencia. Él está dondequiera que vayamos. “Te ve dondequiera que estés. Te llama por tu nombre. Te mira. Te comprende. Conoce todos tus sentimientos y pensamientos íntimos, tu debilidad, tu fortaleza. Te ve en tus días de gozo y en tus días de pesar. Observa tu semblante. Oye tu voz. Percibe los latidos de tu corazón; tu misma respiración no se le escapa. Tú no puedes amarte más de lo que él te ama” (Newman).


Dios, Creador y Padre, está presente en cada uno de sus hijos. Él está atento a todos los pensamientos, proyectos y actividades. No se extraña por nada, nada le altera; él es lento a la ira, rico en paciencia y en bondad.


Dios nos ha creado a su imagen y semejanza (Gn 1,26). Pero no nos ha abandonado, sino que sigue cuidándonos y alimentándonos. La vela por nosotros. Esta bondad no depende de nuestro comportamiento. Él hace salir el sol para buenos y malos. Si viste de belleza a los lirios del campo y alimenta a los pájaros del cielo, ¿qué no hará por el ser humano, por sus hijos (Mt 6,26-30), que son infinitamente superiores a la flor y a los animales?


Pero si Dios está presente en cualquier ser humano, lo sienten como cercano y amigo todos aquellos que creen en él. Por medio de su Espíritu llena a sus hijos de los dones de amor, paz, gozo, amabilidad, bondad, paciencia, fidelidad, equilibrio, dominio de sí (Gál 5,22). Sólo hace falta creer en él, en su amor y dejarle libertad para darnos un "con corazón de hijo", rescatado del pecado por la sangre de Jesús (Gál 3, 26).


Creer en la presencia de Dios ayuda a orientar la vida hacia él, a soportar los golpes duros, a vivir como Jesús, unido al Padre y volcado hacia el prójimo. Vivir en su presencia estimula el amor, siembra fuerza y entusiasmo en cada momento.


Para descubrir al Dios que está dentro de nosotros, debemos orar constantemente. Pablo escribe a los cristianos de Tesalónica: “Orad constantemente. En todo dad gracias a Dios pues esto es lo que Él espera de vosotros” (1 Ts 5,17-18). Pablo no sólo demanda una oración incesante, sino que la practica: “Constantemente damos gracias a Dios por vosotros” (1 Ts 2,13; 2 Ts 1,3.11; Rm 1,9).


La oración nos ayuda a descubrir a Dios y al hermano. Dios vive oculto, dentro de cada uno. Sólo los que lo saben descubrir pueden gozar de su presencia. Creer que es un Padre amoroso, que está presente en todos los momentos de la vida y pendiente de cada uno de los seres humanos, ayuda a caminar. Creer en su bondad, en su providencia, es de gran luz para cuando la noche se acerca y se oscurece la fe.


Todo va bien cuando creemos y caminamos en la presencia de Dios. Todo cambia cuando le dejamos entrar, cuando él pasa a ser parte de nuestra vida y le dejamos actuar. Todo es posible para aquél que cuenta con Dios.


Una de las mejores oraciones que podemos tener es creer y vivir en la presencia de Dios, creer que él está presente. Quién cree esto de verdad y se abandona en sus manos, ¿quién o qué cosa podrá separar a los que aman y viven de Dios? Ni la muerte, ni la vida... ni el presente, ni el futuro... nada les podrá separar del amor de Dios manifestado en Jesucristo (Rm 8, 35-39).
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