Damián
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| Tema: Evangelio 6 de Noviembre de 2007 11/6/2007, 10:58 | |
| Evangelio según San Lucas, capítulo 14, versículos del 15 al 24 6 de Noviembre de 2007
Semana XXXI del Tiempo Ordinario
PARABOLA DEL GRAN BANQUETE
15. A estas palabras, uno de los convidados le dijo: "¡Feliz el que pueda comer en el reino de Dios!" 16. Mas Él le respondió: "Un hombre dió una gran cena a la cual tenía invitada mucha gente. 17. Y envió a su servidor, a la hora del festín, a decir a los convidados: "Venid, porque ya todo está pronto". 18. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero le dijo: "He comprado un campo, y es preciso que vaya a verlo; te ruego me des por excusado". 19. Otro dijo: "He comprado cinco yuntas de bueyes, y me voy a probarlas; te ruego me tengas por excusado". 20. Otro dijo: "Me he casado, y por tanto no puedo ir". 21. El servidor se volvió a contar todo esto a su amo. Entonces, lleno de ira el dueño de casa, dijo a su servidor: "Sal en seguida a las calles y callejuelas de la ciudad; y tráeme acá los pobres, y lisiados, y ciegos y cojos". 22. El servidor vino a decirle: "Señor, se ha hecho lo que tú mandaste, y aun hay sitio". 23. Y el amo dijo al servidor: "Ve a lo largo de los caminos y de los cercados, y compele a entrar, para que se llene mi casa. 24. Porque yo os digo, ninguno de aquellos varones que fueron convidados gozará de mi festín".
COMENTARIO
«Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa»
Hoy, el Señor nos ofrece una imagen de la eternidad representada por un banquete. El banquete significa el lugar donde la familia y los amigos se encuentran juntos, gozando de la compañía, de la conversación y de la amistad en torno a la misma mesa. Esta imagen nos habla de la intimidad con Dios trinidad y del gozo que encontraremos en la estancia del cielo. Todo lo ha hecho para nosotros y nos llama porque «ya está todo preparado» (Lc 14,17). Nos quiere con Él; quiere a todos los hombres y las mujeres del mundo a su lado, a cada uno de nosotros.
Es necesario, sin embargo, que queramos ir. Y a pesar de saber que es donde mejor se está, porque el cielo es nuestra morada eterna, que excede todas las más nobles aspiraciones humanas —«ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman» (1Cor 2,9) y, por lo tanto, nada le es comparable—; sin embargo, somos capaces de rechazar la invitación divina y perdernos eternamente el mejor ofrecimiento que Dios podía hacernos: participar de su casa, de su mesa, de su intimidad para siempre. ¡Qué gran responsabilidad!
Somos, desdichadamente, capaces de cambiar a Dios por cualquier cosa. Unos, como leemos en el Evangelio de hoy, por un campo; otros, por unos bueyes. ¿Y tú y yo, por qué somos capaces de cambiar a aquél que es nuestro Dios y su invitación? Hay quien por pereza, por dejadez, por comodidad deja de cumplir sus deberes de amor para con Dios: ¿Tan poco vale Dios, que lo sustituimos por cualquier otra cosa? Que nuestra respuesta al ofrecimiento divino sea siempre un sí, lleno de agradecimiento y de admiración. | |
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