Evangelio según San Mateo 11,28-30.
Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.
Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio.
Porque mi yugo es suave y mi carga liviana".
comentario del Evangelio por
Beato Juan van Ruysbroeck (1293-1381), canónigo regular
Los siete peldaños de la escala espiritual, c. 4 «Cargad con mi yugo; llegad a ser mis discípulos» Por la humildad vivimos con Dios y Dios vive con nosotros en una paz verdadera; en ella se encuentra el fundamento vivo de la santidad. Se puede comparar a una fuente de donde surgen cuatro ríos de virtudes y de vida eterna (cf Gn 2,10)... El primer río que brota de un suelo realmente humilde es la obediencia...; el oído se hace humilde para escuchar las palabras de verdad y de vida que brotan de la sabiduría de Dios, mientras que las manos están siempre dispuestas a cumplir su muy amada voluntad... Cristo, la Sabiduría de Dios, se ha hecho pobre para que nosotros lleguemos a ser ricos (2Co 8,9), se ha convertido en siervo para hacernos reinar, murió finalmente para darnos la vida... Para que sepamos cómo saber y servir, nos dice: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón».
En efecto, la delicadeza es el segundo río de virtudes que brota del suelo de la humildad. «Bienaventurado el manso, porque poseerá la tierra» (Mt 5,4), es decir su alma y su cuerpo, están en paz. Pues en el hombre suave y humilde descansa el Espíritu del Señor; y cuando nuestro espíritu se eleva y une con el Espíritu de Dios, llevamos el yugo de Cristo, que es agradable y suave, y llevamos su carga ligera...
De esta mansedumbre íntima brota un tercer río que consiste en vivirlo todo con paciencia. Por la tribulación y el sufrimiento el Señor nos visita. Si recibimos estos envíos con un corazón gozoso, viene Él mismo, ya que dijo por su profeta: "Estoy con él en la tribulación: lo libraré y glorificaré» (Sal. 90,15)...
El cuarto y último río de vida humilde es el abandono de la propia voluntad y de toda búsqueda personal. Este río toma su fuente en el sufrimiento llevado pacientemente. El hombre humilde...renuncie a su propia voluntad y abandónese espontáneamente en las manos de Dios. Llegando a ser una sola voluntad y una sola libertad con la voluntad divina... Y este es el contenido mismo de la humildad... La voluntad de Dios, que es la libertad, incluso, que nos quita el espíritu de temor y nos hace libres, liberados y vacíos de nosotros mismos... Dios nos da, entonces, el Espíritu de los elegidos que nos hace gritar con el Hijo: «Abba, Padre» (Rm 8,15).