Evangelio según San Mateo 13,36-43.
Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña en el campo".
El les respondió: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre;
el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno,
y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles.
Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo.
El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal,
y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes.
Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!
Comentario del Evangelio por
Carta a Diogneto (hacia 200)
C. 8 La paciencia de Dios
El Señor y Creador del universo, Dios, que ha hecho todas las cosas y las ha dispuesto con orden, se ha mostrado no solamente lleno de amor a los hombres, sino también paciente. Él ha sido siempre, es y seguirá siendo el mismo: caritativo, bueno, dulce, veraz; él solo es bueno. Sin embargo, cuando concibió su grande e inefable plan, sólo se lo comunicó a su Hijo único. Mientras que mantenía en el misterio el plan de su sabiduría y lo reservaba, parecía descuidarnos y no preocuparse de nosotros. Pero cuando lo reveló por medio de su Hijo amado y manifestó lo que había preparado desde el principio, nos lo ofreció todo a la vez: la participación en sus beneficios, la visión y la inteligencia. ¿Quién de nosotros hubiera podido esperarlo?
Dios, pues, lo había todo dispuesto aparte con su Hijo: pero, hasta estos últimos tiempos, nos ha permitido dejarnos llevar por nuestras inclinaciones desordenadas, arrastrados por los placeres y las pasiones. No es que él se complaciera lo más mínimo en nuestros pecados: únicamente toleraba ese tiempo de iniquidad sin darle su consentimiento. Preparaba el tiempo actual de la justicia para que, convencidos de haber sido indignos de la vida durante este período por razón de nuestros pecados, nos hiciéramos dignos ahora por la bondad divina, y que después de habernos mostrado incapaces de entrar por nosotros mismos en le Reino de Dios, por su poder nos hacíamos capaces ... Dios no nos ha odiado, ni rechazado, no ha guardado rencor, sino que durante mucho tiempo ha tenido paciencia con nosotros.