Aún podía acordarse exactamente del día, la hora y la calle en que Dios le asaltó. Le asaltó. sí. ¡Todo fue tan de sorpresa! Una alegría inexplicable. Quiso escapar, pero no podía. Se quedó de una pieza, como clavado en el suelo. "Voy a volverme loco", pensó. Le salía por todos los poros de su ser. "¡Dios existe!" Se rebeló; no, no, no. No puede ser. Pero aquello ya no le abandonó.
¡Dios existe!
Pero si Dios no era más que un opio. Los padres habían sido marxistas convencidos, y esto lo tenía metido hasta la médula. Las cartas de cuando novios habían sido siempre larguísimas, para convencer a su prometida. A él no le cabía en la cabeza que hubieran podido seguir juntos si no eran de la misma opinión al respecto.
Y allí estaba plantado él ahora, a plena luz del día, en una de las muchas calles de la gran ciudad, confrontado con Dios. Un sentimiento extraño y una seguridad que no podía explicar.Se pasó semanas luchando consigo mismo, sin poder decirle nada a su mujer, hasta que un día ya no pudo aguantar más. En la penunbra, apoyándose en una silla, le dijo: "Anni, creo en Dios. ¡Dios existe!"
Se había imaginado que habría pelea, discusión, problemas, pero lo que sigió fue un abrazo silencioso. A su mujer las lágrimas no le dejaban hablar. Le volvió a invadir una alegría increíble. Tenía la sensación de que todo estaba bien, tan bien como nunca lo había estado. "Yo ya hace algún tiempo que voy a la Iglesia, a escondidas", dijo ella, "pero no decía nada para no hacerte daño".
El domingo siguiente fueron juntos. En la iglesia habia unas cuantas personas. Justo al entrar alguien estaba leyendo en un grueso volumen colocado en un atril: "Caminad como hijos de la luz", y se paró a mirar a los que entraban. "Yo, es que me hubiera puesto a dar saltos", me contaba él más tarde, "de la alegría que me entró. A casa nos fuimos cantando, y luego me dediqué a pintar con un buen lápiz por las paredes de la habitación de los niños, del cuarto de estar y de la cocina:
"¡Caminad como hijos de la luz"!
P. Bosmans
Monna